sábado, febrero 24, 2007

EL MARXISMO

EL MARXISMO:

1.- Situación socio – política del siglo XIX
- Revolución Industrial

2.- Biografía y obras de Marx

3.- Fuentes del marxismo:
- La Izquierda Hegeliana
- El socialismo utópico
- El anarquismo
- El liberalismo económico

4.- La alienación y sus formas:
- La alienación religiosa y filosófica
- La alienación política
- La alienación económica

5.- El materialismo Histórico // materialismo dialéctico:
- Interpretación de la historia
- Infraestructura
- Superestructura

I.- SITUACIÓN SOCIO – POLÍTICA DEL SIGLO XIX

1. Características generales de este siglo.
El siglo XIX es un siglo enormemente agitado: es e! siglo de las revoluciones. Las raíces de esta agitación se encuentran, en el siglo anterior: el hundimiento del Antiguo Régimen, las transformaciones económicas y sociales producidas por la extensión de la revolución industrial y de la revolución francesa... Desaparece la sociedad estamental y aparecen las clases sociales: la burguesía, capitalista e industrial, será la gran beneficiada. El proletariado, que sólo lentamente toma conciencia de su condición, las clases medias, surgidas del desarrollo del sector terciario.
El siglo comienza con 2 hechos que sacuden el continente: La Revolución francesa y las conquistas napoleónicas. De aquí nacieron las revoluciones de 1.830, 1.848 y 1.870, que se inician en Francia y se extienden por toda Europa. Los impulsos proceden del liberalismo, los movimientos democráticos, el socialismo, el anarquismo y el comunismo. Los intentos de contención proceden del tradicionalismo, la burguesía conservadora y la Iglesia.
2. Los impulsores de las revoluciones.
a. El liberalismo: Es la ideología de la clase burguesa, su lema es la libertad. Pero en realidad no se trata de una libertad para todos, ya que la burguesía se reserva el poder político por medio del censo.
b. Los movimientos democráticos: que propugnan la libertad para todos y la igualdad de posibilidades Su primera batalla es el sufragio universal, que en Francia se consigue en 1.848, siguiendo poco a poco la mayoría de los demás países. Surge así la democracia parlamentaria, basada en la
existencia de partidos políticos
c. El socialismo: propugna la posesión y administración pública de los medios de producción en pro del interés de la sociedad en general y no de las clases más poderosas.
d. El anarquismo: defiende que toda autoridad es innecesaria y además perjudicial. Mediante la abolición de la autoridad se puede crear una sociedad justa basada en la bondad natural del hombre-
e. El comunismo: pretende eliminar la propiedad privada, el Estado y las clases sociales, de modo que ningún grupo humano explote a otro, ni los individuos entre sí.


II.- BIOGRAFÍA Y OBRAS DE KANT

Nació en Tréveris (Alemania) en el seno de una acomodada familia judía. Ingresó en la Universidad de Bonn en 1835, donde cursó estu­dios de Derecho. En la Universidad de Berlín se dedicó exclusiva­mente al estudio de la filosofía y de la historia. En este momento es­tableció contacto con la izquierda hegeliana que tanto influyó en él. Finalizados sus estudios, y tras fracasar en su intento de conseguir la cátedra de Filosofía en la Universidad de Bonn, se dedicó al perio­dismo colaborando con la Gaceta del Rhin de la cual llegó a ser re­dactor jefe. En 1843 emigró a París, donde tuvo relación con los so­cialistas franceses, así como con Proudhon y Bakunin, líderes del movimiento obrero. Otro encuentro fundamental se produjo cuando conoció a Engels, quien le mostró la gran importancia de la econo­mía. En 1845 fue expulsado de Francia y se estableció en Bélgica donde se afilió a la Liga de los Comunistas. Finalmente, en 1849 se instaló en Londres, ciudad en la que vivió hasta el fin de sus días. Murió en 1883, víctima de la enfermedad y del excesivo trabajo.
Aunque su actividad teórica fue fundamental, también realizó una re­levante actividad política en cuanto a la organización del movimien­to obrero. Entre sus principales obras destacan las siguientes: Intro­ducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Manuscritos de economía y filosofía, La miseria de la filosofía, La ideología ale­mana y Manifiesto comunista (ambas en colaboración con Engels), Contribución a la crítica de la economía política y El capital.
Su pensamiento parte de la consideración crítica de la «interpretación del mundo por parte de la filosofía», cuando lo que importa es su transformación. Esa transformación que propugna se desarrolla en el ámbito teórico (conocimiento científico de la realidad) y en el prácti­co (como programa político de transformación social de esa reali­dad). Por eso, el marxismo es teoría y praxis, motivo por el cual ten­drá una influencia fundamental en el siglo XX mediante la unión de la ciencia y la revolución. Esta doctrina se enmarca en la época de apo­geo del capitalismo industrial de mediados del siglo xix, en el que se manifiesta con toda su crudeza. El capitalismo, que se extiende por el mundo, provoca un extenso cambio en la estructura social: la noble­za es sustituida por la burguesía, que se convierte en clase dirigente, y aparecen además los proletarios, que se concentran en las grandes ciudades. El proletariado, nueva clase social, produce la riqueza de la burguesía y también su propia miseria, por lo que se va organizando poco a poco, adquiriendo el protagonismo a lo largo de este siglo. La nueva y todopoderosa burguesía considera el capitalismo como el sis­tema definitivo y conforme a la naturaleza humana, de modo que los intelectuales radicales de la propia burguesía van a conformar un grupo que elaborará una teoría acorde con el movimiento obrero, de­mandando un sistema de producción más justo y humano. En este sentido, el socialismo científico de Marx y Engels ofrece una respues­ta a los grandes problemas derivados de la revolución industrial. La biografía de ambos se vincula estrechamente a las luchas y fracasos del movimiento obrero en este siglo, cifrados en la revolución de 1848, la creación de la Organización Internacional de Trabajadores en 1864 o la de la Comuna de París en 1871.
Las principales fuentes del pensamiento de Marx son la filosofía idealista alemana (sobre todo la de la izquierda hegeliana, que va de Hegel a Feuerbach); la economía política inglesa (Adam Smith y Da­vid Ricardo), a los que Marx criticó despiadadamente elaborando un nuevo sistema de economía que defendía los intereses de la clase obrera, y el socialismo utópico francés (Proudhon, Fourier o Saint-Si-mon) que se basa en premisas morales para la reforma social. Marx y Engels le oponen el socialismo científico que fundamentaba la revo­lución en el análisis científico de la historia.

III.- FUENTES DEL MARXISMO

3.1. La Izquierda Hegeliana: La influencia de Hegel
El idealismo de Hegel se enmarca en una época de profundos cam­bios sociales y de revoluciones. Todos los temas están presentes en su obra y su sistema pretende, mediante la dialéctica, unificar y englobar todos los momentos de la vida del espíritu en el sistema de la Idea o Razón Absoluta. Por eso su filosofía fue interpretada desde dos pun­tos de vista diferentes: por una parte, como justificación de una si­tuación política y religiosa de un poder político determinado, lo cual dio lugar a la derecha hegeliana; por otra, como la negación de la re­ligión y de Dios, interpretando la dialéctica como un motor para la transformación, versión que sirvió de fundamento a la izquierda he­geliana. En definitiva, si el acento se ponía sobre el sistema, estaba al servicio de la reacción, era el resultado de un plan divino y, por tan­to, mejor; si el acento se colocaba en la dialéctica, resultaba la pre­tensión de superar la anterior situación. De este modo, la izquierda hegeliana propondrá una reforma del hegelianismo elaborando una crítica radical de la religión. Sus principales representantes fueron Ludwig Feuerbach y el joven Karl Marx.
· El Materialismo y dialéctica
En general, el materialismo del siglo xix consiste en esa inversión del método dialéctico de Hegel y fue llevada a cabo por Ludwig Feuerbach, quien convirtió ese idealismo en materialismo, al sostener la prioridad de la naturaleza sobre el espíritu. Para Hegel, «el ser humano es esencialmente espiritual: la esencia humana es el pensamiento, la autoconciencia». Feuerbach se sitúa en contra de esta consideración de Hegel y niega que la esencia humana sea principal­mente autoconciencia para dar prioridad al cuerpo, a la pasión, al amor y a las relaciones humanas, con lo que su consideración es ya de carácter materialista. Sin embargo, su materialismo se centrará a par­tir de aquí en la crítica de la religión tal como era presentada por Hegel: para Feuerbach, Dios no es el creador del mundo y del hom­bre, sino que el hombre es el auténtico creador de Dios.

Con estos antecedentes y en este contexto, el materialismo dialéctico de Karl Marx y de Friedrich Engels se constituirá en un método revolucionario que parte de la filosofía hegeliana y que expresa la na­turaleza de la realidad como un proceso. De este modo, la dialéctica idealista de Hegel se convertirá en la dialéctica materialista de Marx. Su dialéctica será práctica y crítica a la vez, con lo que esa inversión de la dialéctica hegeliana (que es mística, especulativa y abstracta) tendrá una forma racional. Aunque Marx es el fundador del materia­lismo histórico (aplicación de la dialéctica a la comprensión de la so­ciedad y de la historia humanas), el materialismo dialéctico de Engels tuvo gran influencia posterior (en la llamada «escolástica soviética») y se define como la ciencia de las leyes generales del movimiento y del desenvolvimiento de la naturaleza: se presenta así como un siste­ma filosófico que propone la materia como la esencia de todo lo real.

3.2.- Socialismo utópico
Las ideas socialistas surgen en parte por esta con­vicción de que el ser humano es capaz de transformar la sociedad, y en parte por la desilusión ante los re­sultados de la Revolución Francesa, que había decla­rado la igualdad de todos los hombres pero nada ha­bía hecho para mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

Autores como Saint-Simon (1760-1825), Ch. Fourier (1771-1837) y R. Owen (1771-1858) crearon es­cuelas de pensamiento y de acción preocupadas por realizar cambios radicales en la sociedad. Su pro­puesta utópica consistía en la idea de una sociedad emancipada, un estado futuro donde no exista ex­plotación ni dominio de unos seres humanos sobre otros.
Para llegar a esa sociedad, estos autores no se con­tentaron con diseñarla en libros, sino que construye­ron también pequeñas colectividades en las que apli­caron sus principios básicos acerca de la naturaleza del hombre. En todos ellos podemos encontrar los si­guientes rasgos:
• La convicción de que la situación de la clase trabajadora, industrial y campesina, era insoste­nible. El trabajo se había convertido en una es­clavitud cuando debería ser una actividad crea­dora y felicitante.
• Una gran fe en la bondad innata del género hu­mano. Las personas son buenas por naturaleza, y es la propiedad, junto con las instituciones que la mantienen, la que las ha corrompido.
• La confianza en el valor ejemplar de la acción. La sociedad ideal no se alcanzará mediante ac­ciones revolucionarias, sino creando comuni­dades utópicas que arrastren paulatinamente a toda la sociedad.
• Aspiración a la felicidad y al autodesarrollo de los individuos como objetivo básico de la vida colectiva.
• La educación ocupa un lugar central en el cami­no hacia la sociedad ideal, a la que se llegará paulatinamente.

Este tipo de socialismo fue calificado de «utópi­co» por K. Marx (1818-1883) y F. Engels (1820-1891), por pensar que con esos medios nunca alcan­zarían sus metas. A juicio de Marx y Engels, las propuestas de Saint-Simon, Fourier y Owen eran «fantásticas descripciones de la sociedad futura», úti­les para realizar una tarea crítica, pero imposibles de llevar a la práctica.

El socialismo «científico»
Marx y Engels proponían una nueva forma de concebir la transformación social, que rechazaba toda forma de utopía y a la que denominaron «socialismo científico». La idea de una sociedad comunista don­de «el libre desarrollo de cada uno será la condición para el libre desarrollo de todos», donde el trabajo se habrá convertido en el medio principal para el auto-desarrollo, no se alcanzará porque los poderosos se desprendan de sus privilegios, ni tampoco a través de la educación o las reformas éticas, sino a partir del análisis científico de la historia y de las leyes que la rigen.

3.3.- El anarquismo

Los orígenes del anarquismo moderno se encuentran en lo que impropiamente se ha denominado socialismo utópico; en la segunda mitad del XIX y principios del XX se sitúan los clásicos del socialismo libertario o anarquismo: Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Mala-testa o Abad de Santillán. Para ellos, la justicia será el resultado de un cambio profundo de las personas y de las estructuras sociales, que se producirá sobre todo con la abolición del Estado. Afirman que la so­ciedad justa ha de desterrar todo tipo de opresión. Identifican la justicia con un modelo de sociedad so­lidaria, autogestionaria y federalista, que sólo po­drá hacerse realidad mediante la lucha organizada de los trabajadores.

El anarquismo ha puesto sobre la historia una enorme voluntad. Voluntad, en efec­to, tan ardorosa que podría afirmarse sin hipérbole que en sentido lato se resuelve en última instancia en una especie de "religión" laica, en un sistema de vida a la par teórico y práctico, que logra articularse a mediados del siglo XIX como una preten­dida respuesta local a la situación de opresión y explotación que padece el movi­miento obrero por parte del capitalismo, respuesta revolucionaria a vida o muerte ("libertad o muerte, "tierra y libertad", rezaban frecuentemente los eslóganes anar­quistas) dada la insoportabilidad de aquella ignominiosa situación que reflejaban sin excepción todas las historias del movimiento obrero.
En su dimensión práctica, el anarquismo compartió con el marxismo el primer plano de la presencia obrera militante en la primera Asociación Internacional de Trabajadores, que se mantuvo en pie desde los años sesenta del siglo XIX hasta la ruptura con el hermano marxista una vez mutado en feroz enemigo. Esa enemistad respecto del marxismo se debe fundamentalmente a tres circunstancias:
a) El rechazo de la dictadura. El anarquismo rechazó siempre el autoritaris­mo marxista traducido en la "dictadura del proletariado", por entender que establecida dicha dictadura se convertiría algún día en dictadura sobre el proletariado.
b) La insuficiencia del economicismo. Mientras que el marxismo tendió a fundamentar la fuerza revolucionaria en las diferencias económicas, el anar­quismo no hizo de los mecanismos económicos el último resorte explicativo de la realidad.
c) La confianza antropológica. El anarquismo se resistió a hacer de la lucha de clases el motor de la historia, pues estaba convencido de la bondad natural del ser humano manifestada en el "apoyo mutuo" de los animales entre sí (antítesis de los principios darwinistas).

3.4.- El liberalismo económico
Como doctrina y como programa político, el libe­ralismo surge en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII. Aunque primero fue una reivindicación de ga­rantías constitucionales y de derechos individuales, esto es, una defensa de la libertad frente al absolutis­mo, pronto pasó a convertirse en una doctrina positi­va acerca de la organización económica. Hoy en día el término incluye ambas dimensiones, por lo que es necesario siempre especificar a cuál nos referiremos. Tendríamos así:
• Liberalismo político, centrado en la idea de que los hombres deben ser libres para seguir sus propias preferencias en los asuntos religiosos, económicos y políticos, lo que supone límites y controles al poder estatal.
• Liberalismo económico, que entiende el mer­cado como mecanismo básico de coordinación social. El papel básico del Estado consiste en permitir que el mercado cumpla su función de determinar los costes y precios y de distribuir equitativamente los beneficios, sin pretender in­tervenir en él. Los ejes de la libertad económica son: la propiedad privada de los medios de producción (capital, trabajo) y la regulación del proceso de producción por el dominio privado (por la gestión o iniciativa privada).

IV.- LA ALIENACIÓN Y SUS FORMAS

El concepto de alienación procede de Hegel y de Feuerbach, pero Marx lo interpreta de un nuevo modo: significa que los productos de la actividad humana se convierten en fuerzas superiores y autóno­mas, independientes, que dominan al ser humano. Por este motivo, el hombre, que es libre y creador, se convierte en dominado y esclavo de los objetos creados por él. Para Hegel la alienación constituía una etapa necesaria de autoconocimiento del espíritu, era un momento positivo (el espíritu, en el segundo momento de la dialéctica, sale fue­ra de sí y se aliena en la naturaleza). Feuerbach convierte la aliena­ción en algo negativo y la emplea para describir el estado en que se encuentra el hombre en el cristianismo: el hombre creó a Dios ele­vando fuera de sí su esencia hasta el infinito. Por eso, para Feuerbach, Dios, que es el hombre mismo, se convierte en algo ajeno al hombre, sometiéndose absolutamente a Dios. Marx conserva este sentido ne­gativo en cuanto que la alienación supone la deshumanización, la pérdida de la libertad y la esclavitud. Según Marx, hay tres clases de alienación: la religiosa, la sociopolítica y la económica.

Con respecto a la alienación religiosa, Marx parte de la tesis de Feuerbach que considera que el ser humano es el creador de Dios y de la religión. Sin embargo, añade que la alienación religiosa es sólo un fenómeno derivado, reflejo de la miseria económica y social. La religión significa un consuelo imaginario a las opresiones de este mundo. Por eso, para Marx, la religión es el «opio del pueblo».

En la alienación socioeconómica, el hombre, en la sociedad capita­lista, está alienado porque sufre una doble división que radica, por un lado, en su vida individual como persona privada que está dominada por intereses egoístas, y, por otro, en su comportamiento como perso­na pública en la vida política, definido como ciudadano abstracto miembro del Estado. Este cumple la misma función que Dios en la re­ligión: aun siendo creación humana, se convierte en un poder autó­nomo y enemigo del hombre.

Estos dos tipos de alienación, religiosa y socio-política, tienen su fun­damento en la alienación económica, la más importante. Esta aliena­ción acontece en el proceso de trabajo de la sociedad capitalista: aun­que el trabajo es la esencia del hombre (a través de él el hombre se objetiva en el producto y éste se humaniza), en el modo de produc­ción capitalista, el producto del trabajo no le pertenece a él, sino a otro. Es una mercancía que se coloca frente al trabajador como algo extraño y hostil, algo que, transformado en capital, incrementa aún más su miseria y su explotación. Por eso, el trabajo, en la sociedad ca­pitalista, niega al ser humano, en vez de afirmarlo.

Como conclusión, o último momento de la dialéctica, se propone la teoría del hombre nuevo, que supone la superación de todo tipo de alienación: la recuperación de la esencia humana mediante la recon­ciliación del ser humano consigo mismo, con la naturaleza y con los demás seres humanos en un nuevo tipo de sociedad que es la socie­dad comunista. El comunismo, como reconciliación de la esencia y de la existencia humana, se concibe en términos económicos como un nuevo modo de producción.

Aunque aquí el modo de exposición sea distinto, es necesario señalar que en Marx las dos últimas formas de alienación son la alienación religiosa, ya señalada, y la alienación filosófica. La religión, como se veía, es un modo de existencia falseada, una forma de alienación cu­yas características más notables son la resignación, la justificación trascendente de la injusticia social y la compensación en el cielo de la sociedad opresiva. La alienación filosófica, como un conjunto de representaciones e ideas, constituye también una forma de alienación con una clara función ideológica: sólo interpreta la realidad y la in­terpreta, además, falsamente.

V.- EL MATERIALISMO HISTÓRICO
El materialismo histórico consiste en la aplicación de las tesis mate­rialistas y el método dialéctico a la historia de las sociedades. Para Marx, la historia es un proceso de maduración progresiva de la capa­cidad económica de la especie humana: de este modo, toda sociedad es un sistema de estructuras interrelacionadas (económicas, políticas o culturales). Ese desarrollo progresivo depende de las condiciones materiales objetivas de acuerdo con la dialéctica establecida entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que influye en otras manifestaciones de la vida social y que se condi­cionan mutuamente.

La expresión histórica fundamental de este desarrollo es la lucha de clases, que constituye el auténtico motor de la historia. Por eso, para Marx, la verdadera actividad humana es la revolucionaria que trans­forma el mundo. La praxis se presenta con un significado triple: como praxis cognoscitiva (actividad epistemológica del sujeto que transfor­ma el mundo objetivo); como praxis productiva (trabajo o actividad productiva material que transforma la naturaleza), y como praxis re­volucionaria, que consiste en la transformación de la sociedad y de la historia por medio de la revolución.

Si toda sociedad es un sistema de estructuras interrelacionadas, Marx considera que la base del sistema se conforma por medio de la infra­estructura económica que, en última instancia, determina toda la su­perestructura cultural. La organización de la vida social o política del hombre depende de la organización de su actividad productiva, de sus condiciones materiales de vida, de manera que, si se produce un cambio en la infraestructura económica, la consecuencia es el cambio o mutación en la práctica totalidad del sistema.

El conjunto de todo el sistema social es denominado por Marx modo de producción y está sometido al desarrollo y al progreso históricos. El modo de producción es, pues, una totalidad orgánica que com­prende dos partes: la infraestructura económica, es decir, la base ma­terial, y la superestructura ideológica.

La infraestructura económica constituye el conjunto de actividades por medio de las cuales los hombres producen los bienes necesarios para satisfacer sus necesidades. La actividad productiva es la activi­dad principal del hombre, que lo implica en una relación doble con la naturaleza y con los otros hombres. Dos elementos conforman la in­fraestructura: las fuerzas productivas, que consisten en la capacidad de producción de una sociedad concreta, y los modos de producción. A cada grado de desarrollo de las fuerzas productivas corresponden unas determinadas relaciones de producción que se establecen entre los propietarios de los medios de producción y los productores direc­tos, es decir, entre explotadores y explotados, y se dan en todas las so­ciedades clasistas.

La superestructura está formada por dos niveles, la estructura jurídico-política y la estructura ideológica (arte, filosofía, moral, religión). En este sentido, el materialismo histórico afirma que la infraestruc­tura económica de cada época histórica condiciona la superestructu­ra ideológica: la producción material determina la producción espiri­tual, la conciencia. Entre la superestructura y la infraestructura hay una relación dialéctica de influencia mutua, aunque, en última ins­tancia, la infraestructura económica siempre es determinante. Por eso, Marx considera que el factor determinante del cambio histórico es la contradicción dialéctica entre las fuerzas productivas y las rela­ciones de producción. Debido a que las fuerzas productivas avanzan más, las relaciones de producción constituirán un impedimento para el progreso de las fuerzas productivas, con lo que se producirá (a cau­sa de su desigual desenvolvimiento) una revolución social que prepa­rará el nacimiento de una nueva formación social. Esa contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción se mani­fiesta históricamente con el antagonismo de clases: la historia es, por eso, lucha de clases. Cada modo de producción se compone de dos clases antagónicas, explotadores y explotados, que se definen en fun­ción del lugar que ocupan en el proceso de producción. Por ello, la lu­cha de clases se desarrolla en el ámbito de la política: el Estado es el instrumento político de la clase explotadora para someter a la explo­tada, en el que toda medida política se produce siempre para favore­cer a una clase en perjuicio de la otra.
Estamos ante la estructura ideológica: cada clase social posee una determinada representación de la realidad que se constituye por me­dio de las ideas, representaciones y comportamientos sociales. La ideología de la clase dominante se proyecta sobre toda la sociedad, por lo que se identifica con la forma de pensar de todo el conjunto social: es una representación deformada, mistificada o falseada de la realidad en virtud de dichos intereses de clase, y, así, se convierte en falsa conciencia, falso conocimiento o conocimiento ilusorio de apa­riencias. En definitiva, la ideología está al servicio de la clase social dominante y su principal función es justificar los privilegios sociales, económicos y políticos de esa clase y de evadir a los hombres de la realidad.