miércoles, noviembre 29, 2006

SAN AGUSTÍN: Crisis del mundo antiguo

LA CRISIS DEL MUNDO ANTIGUO: EL DIÁLOGO ENTRE CRISTIANISMO Y FILOSOFÍA

El Imperio Romano unificó el mundo antiguo en lo político y administrativo, pero no ofreció a sus ciudadanos respuestas estables y convincentes a los grandes interro­gantes vitales. La religión politeísta, heredada en gran medida de la tradición olímpi­ca griega, no era sentida aunque tuviera una articulación social muy subrayada al hacer del emperador un dios viviente. En el año 18 d. C., Augusto instaura la Pax romana. Trescientos años después, el cristianismo es declarado religión oficial del Imperio. En esos tres siglos, la influencia social del cristianismo fue creciendo y llegó a ser muy no­table. Las causas han de ser, por fuerza, muy complejas y de difícil resumen. Pero hubo una que hay que subrayar por su calado filosófico. El hombre antiguo había dejado de creer en sus dioses. Ortega y Gasset refiere que Cicerón, que era pontífice de los cul­tos romanos, «ante una cuestión tan decisiva para la vida como si hay o no dioses, y si los hay, qué hacen, cómo se comportan, si se ocupan o no de los hombres, no sabe qué pensar».

Las persecuciones del cristianismo que se producen al principio se deben a una cuestión política en relación con los cultos oficiales del Imperio, y no fue religiosa. Grecia fue la educadora de las clases cultas romanas, cuya aportación histórica al pasado europeo hay que situar en el derecho y en la administración. Por tanto, se produce un diálogo entre la filosofía griega tal y como ha sido descrita y la religión cristiana. La primera vivía en un estado de estancamiento. Aunque las escuelas griegas proponían fórmulas morales de orientación, respuestas a cómo vivir, en los días del Imperio so­naban fatigadas y escépticas. La imagen de un mundo ordenado por un Lógos que di­rige todas las cosas no era muy consoladora ni ofrecía remedios eficaces para la bús­queda de la felicidad, más allá de la melancólica aceptación del destino y del orden inmutable, eterno de las cosas. Por su lado, el cristianismo es una religión que se pre­senta como respuesta «emocional» que apela directamente al corazón del hombre desde una instancia trascendente, una fe que exige ser creída. Pero en la medida en que los apologetas cristianos se dirigieron a las clases cultas romanas, tuvieron que adoptar el lenguaje de éstas, configurado por la filosofía griega. De este modo, se ter­mina produciendo un diálogo entre la gran tradición de la filosofía griega y la recién aparecida religión oriental, que terminó siendo fructífero, especialmente para el cris­tianismo, que encuentra en la racionalidad filosófica los instrumentos conceptuales para poder ordenar, exponer y profundizar sus intuiciones religiosas. En lo que sigue comentaremos aquellos elementos de novedad que aporta el cristianismo.

LA VISIÓN CRISTIANA DEL MUNDO
LA IMAGEN DE DIOS

El Monoteísmo, frente al politeísmo que caracteriza a las religiones paganas de la Antigüedad. Aunque desde Platón, la filosofía griega había alcanzado a pensar un dios único, éste era antes una idea abstracta que un dios personal que se dirige a sus criaturas. El Dios uno de la filosofía grecorromana funciona sobre todo como una inteligencia que piensa el plan de la naturaleza. Por el contrario, el dios cristiano es un dios creador, providente y misericordioso. Lo verdaderamente nuevo está en que Dios es autor-creador del mundo, no su principio de orden; para el griego, la Physis es eter­na; para el cristiano, lo único eterno es Dios y todo lo demás resulta ser creado por Él de la nada. Además, Dios dirige las cosas del mundo de acuerdo con un plan de na­turaleza moral. El mundo está intervenido por la Providencia. Dios es justo, pero tam­bién misericordioso. Juzga, pero también perdona.

Esa estrecha relación de Dios con el mundo influye en la noción de verdad. Si en Grecia la verdad depende del acto de descubrimiento por el que la razón refleja el or­den de la Physis, adecuación entre el intelecto y la cosa, la religión cristiana añadirá una visión de la verdad como revelación. En el mundo hay designios divinos que nin­guna inteligencia humana puede llegar a descubrir con sus solas fuerzas. Más allá de la verdad racional hay una verdad revelada cuya fuente está en la fe y la gracia que Dios concede a sus elegidos. La verdad revelada en la fe introduce un elemento de tensión en todo el pensamiento medieval, hasta el punto de que la demarcación entre filosofía y teología constituye uno de los problemas decisivos del pensamiento cristiano.

EL MUNDO Y EL TIEMPO
Para la filosofía griega, la Physis es eterna. Para el cristianismo, su condición de creada significa que comienza a existir en el tiempo y que dejará de existir. La eterna ley de la circularidad griega deja paso a la línea orientada y abierta que representa la historia, basada en un tiempo finito y dramático, a la espera de un fin del mundo que tiene un sentido esencialmente escatológico, de salvación personal. El griego vive, en última instancia, protegido por un cierto optimismo, basado en su confianza en que el ser es una realidad eterna. Para el cristiano, las cosas pueden no ser. La propia existencia requiere justificación. Para un griego, ser es estar ahí; para un cristiano, ser es no ser una nada.

EL HOMBRE
Lo más notable es que el cristianismo afirma que el hombre es creado por Dios «a su imagen y semejanza». De ahí que se convierta en el poseedor de un alma inmor­tal y que sus acciones estén sujetas a sanción divina. El cristianismo descubre así lo que desde san Agustín llamamos «el hombre interior», la intimidad personal, inseparable de la visión de lo humano como ser creado, ligado a su creador por el vínculo del amor (Caritas) y como sujeto de responsabilidad moral. Más allá del intelectualismo moral socrático, centro de toda la ética griega, basada en el ideal de vida del sabio contem­plativo, el cristianismo distingue entre la razón que conoce y la voluntad que libre­mente acata o rechaza. Ésta es una «potencia» del alma conectada con el entendí miento, pero superior a él porque puede «querer» el mal aun conociendo el bien. La li­bertad griega es la libertad del conocimiento: se es libre si se conoce, no se es libre si se es ignorante. El problema ético para el cristianismo se resume en una naturaleza hu­mana pervertida por el pecado original.
la configuración de una «filosofía» cristiana. observaciones generales
El siglo V es la divisoria entre el mundo «antiguo» y la Edad Media. La destruc­ción del Imperio Romano, de su orden político y de su hundimiento económico y so­cial dará paso a un resurgimiento cultural a partir del siglo VIII, guiado por la Iglesia, única institución que había sobrevivido a la crisis. Serán las órdenes religiosas las que asumirán el reto de abrir escuelas y fundar universidades. La filosofía medieval es el resultado de una doble fuente, los restos de las tradiciones griegas y los problemas de la vida cristiana. De ahí que sus motivos principales sean simultáneamente filosóficos y teológicos y que el problema central que habrán de enfrentar todas las escuelas que se suceden hasta su crisis final, sea el de las relaciones entre Fe y Razón. La filosofía tenderá a ser teología. El problema de la existencia de Dios, la naturaleza del alma y de sus relaciones con el cuerpo, así como las cuestiones prácticas, éticas y políticas, plan­teadas desde el conflicto entre los intereses mundanos, del siglo, y los trascendentes de la salvación del alma para la vida eterna, son las grandes cuestiones que centrarán las reflexiones de los pensadores medievales. No obstante, el verdadero fundador de la fi­losofía cristiana fue un ciudadano romano, Agustín de Hipona.