sábado, octubre 21, 2006

EL ESTADO PLATÓNICO

EL ESTADO PLATÓNICO: "Hacia una sociedad más justa"
Una polis justa

La filosofía de Platón encuentra su auténtico sentido en la política, en el estudio del Estado. La polis debe ser el reflejo del Mundo de Ideas, que también se manifiesta en el alma humana. Individuos justos darán origen a polis justas; y, al revés, polis justas generarán individuos justos. Es justa, y por tanto feliz, aquella polis cuyo gobernante, contemplando la Idea de Bien, con­duce a sus conciudadanos hacia ella; y estos obedecen a su llamada porque conocen y rea­lizan su misión. Practicando su virtud, cada in­dividuo y estamento construye la justicia, la ar­monía de la polis.

La Justicia en el corazón de la polis. ¿Qué es la Justicia? La Justicia no consiste en "obe­decer leyes". Se refiere a una Idea objetiva; hay que hablar de Justicia en sí, de un para­digma de Justicia al que se puedan referir le­yes y formas de gobierno de un Estado. El Estado nace y se expande a partir del alma, pues, en realidad, es su reflejo e imagen. Esta reflexión lleva a Platón a elaborar el estudio de las "partes" del alma y a relacionarla con las "partes" de la polis. Y considera la Justi­cia como la virtud que realiza la armonía, tan­to entre las partes del alma como entre los diferentes estamentos que componen la polis. _

• Cada ciudadano ocupa su puesto. Una polis feliz es "sabia, valerosa, moderada y justa". Estas cuatro cualidades recuerdan las virtu­des que Platón señaló para cada "parte" del alma. Y es que el Estado también es, como el alma, un conjunto ordenado de ciudadanos que, divididos en estamentos, realizan su fun­ción. El Estado nace por un principio eco­nómico: subvenir a las necesidades de los ha­bitantes de la polis. De este principio se sigue la asociación y división del trabajo, el comer­cio y la navegación. Esto debería bastar a un "Estado sano". Pero la riqueza hace que el Estado se rodee de otras comodidades (poe­sía, música, arte...) y que desee la expansión física. Este deseo da origen a la guerra y a una clase de ciudadanos que se dedican a ella: los guerreros. Platón los llama "guardia­nes", limitando así su función a la defensa de la polis, y considera que han de ser valero­sos. En la génesis del Estado están, pues, los artesanos, que realizan las actividades eco­nómicas, y los guardianes, que se ocupan de la guerra. La educación de los guardianes hará que afloren los mejores de entre ellos, que ocuparán el cargo de gobernantes.

Tres clases de ciudadanos, pues, paralelos a las tres partes del alma, y cada una de ellas rea­lizando su virtud, cumpliendo con su función. Los gobernantes serán "sabios" y los guardia­nes "valerosos". Se puede deducir que los ar­tesanos serán "moderados", pero en verdad no es una virtud específica suya. Los artesanos son conscientes del predominio de las otras dos cla­ses, se dejan guiar y les obedecen. La Justicia, armonía entre las partes de la polis, se realiza cuando cada estamento realiza su función.

El rey-filósofo. Filosofía y política se unen en la misma finalidad: la felicidad de la polis. El único gobernante posible es el filósofo. Solo aquel que es capaz de avanzar en el conoci­miento de lo que es en sí, puede decir qué es lo bello, lo bueno y lo justo. Aquel que ha sido capaz de contemplar el "sol", puede "ba­jar", volver a la caverna para ayudar a sus conciudadanos a salir de ella y contemplar "las realidades de arriba". El filósofo es el único que comprende con exactitud dónde ra­dica el Bien en la esfera pública y privada. Pero esta función del gobernante-filósofo es trágica, como trágica es la misma condición humana: el filósofo es un prisionero liberado que, habiendo contemplado el Sol y gustado la felicidad, vuelve al interior de la caverna y es incomprendido y odiado; incluso asesina­do por querer salvar a los demás hombres.

• Degeneración de la polis. Cuando el Estado pierde de vista la consecución de la felicidad de la polis, considera diversos fines que, se­gún su naturaleza, darán origen a diferentes constituciones y formas de gobierno. En su análisis, Platón no busca tanto hacer una teoría política cuanto un análisis de la degene­ración del hombre que no busca su justicia, su armonía. Y así, no habla tanto de oligar­quía, timocracia o tiranía, sino de un modelo de hombre oligarca, timócrata o tirano.
- Tímocracia. Es el "gobierno de la fuerza", del "ánimo". Al comentarla, Platón tiene en cuenta la forma de gobierno de Espar­ta. La educación ha hecho del timócrata un hombre valeroso y apto para la guerra, pero poco amante del espíritu.
- Oligarquía. Es el "gobierno de los ricos", el triunfo del "apetito concupiscible", del deseo. El oligarca es fruto de la educación en la ambición, de la consideración de que el dinero es poder y virtud. Pero esta forma de gobierno origina la separación de la polis en dos grupos, los ricos y los pobres, que desconfían uno de otro y son abierta­mente hostiles.
- Democracia. La oligarquía genera la rebe­lión de los pobres y origina la democracia, forma de gobierno en la que todos los ciu­dadanos tienen los mismos derechos. Pero esta igualdad no se basa en la "educa­ción", sino en la permisividad. El demó­crata se basa en el goce y disfrute de los bienes materiales y desemboca en la "anomía" (ausencia de leyes)
- Tiranía. Paradójicamente, la democracia da origen a la tiranía: el exceso de libertad hace que se produzca la privación de la li­bertad. ¿Cómo es esto posible? El régimen democrático hace surgir el "poder del más fuerte", del "demagogo", que impone su voluntad con sus discursos. Poco a poco, este va adquiriendo poder, otorgado por los votos del pueblo, y llega un momento en que su poder es absoluto: ha surgido el tirano. Es la peor forma de gobierno, la opuesta al gobierno del rey-filósofo; en ella reina la injusticia y la ausencia de liber­tad.